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sábado, 7 de marzo de 2009

Arte, una comicidad desbordante

Esta producción de Arte, la celebérrima comedia de Yasmina Reza traducida a treinta y cinco idiomas como se ha puesto de relieve en estos días, está llamada a permanecer durante muchos meses en cartel en el Teatro Alcázar.

Al eco de la pieza en sus distintas visitas a los escenarios españoles y al estupendo trío de actores con cascabeles televisivos que la interpretan, se une la decidida apuesta por la comicidad desbordante que tiene el montaje de Eduardo Recabarren, algo que el público que abarrota a diario la sala agradece con las risas y aplausos con los que premia algún momento especialmente feliz.

Aunque probablemente resulte ocioso insistir sobre la anécdota argumental, valgan unas líneas para recordar que el motor de la obra, centrada en tres amigos, es la compra por uno de ellos, y por la nada irrisoria cantidad de 50.000 euros, de un cuadro cuya superficie es totalmente blanca. Sergio (Iñaki Miramón) realiza un acto de libertad adquiriendo, según él a buen precio, esta obra de arte, lo que Marcos (Alex O'Dogherty), sumamente crítico, no puede entender; como elemento contemporizador entre ambos se sitúa Iván (Luis Merlo) al que los otros dos utilizan ferozmente de frontón a la hora de dirimir sus diferencias de criterio.

Más que un debate sobre la deriva y los criterios de valoración de la plástica contemporánea, la autora plantea una reflexión sobre los extremos de la amistad y, algo más al fondo, sobre las dificultades del arte de vivir. En su tono tan bien trabajado de ligereza teñida de falsa profundidad para vestir una comedia de ideas, Reza se enfrenta a la amistad como pasión, como territorio donde los egoísmos y las vanidades se visten con la seda del afecto hasta que algún acontecimiento derriba las máscaras. Y lo hace con un estilo terso, limpio, directo, muy hábil en la distribución de ritmos y contrapesos, que alterna el monólogo y el diálogo, y desemboca en una larga escena con los tres amigos juntos que, vista con cierta perspectiva, repite y prolonga una misma situación hasta dejarla exhausta.

Los actores, ya se ha dicho, están muy bien, pero es Luis Merlo el que recibe la más gruesa cuota de aplausos por su creación de un Iván patético y entrañable, en la línea de los personajes sufridores del gran Jack Lemmon. La dirección de Recabarren activa con gran eficacia los engranajes cómicos, Llorens ilumina muy atinadamente la elegante escenografía de Ana Garay, y los espectadores ríen y ríen. Un éxito.

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1 comentario:

  1. Hola! Vivo en la Ciudad de México, hace una semana fui a ver la obra y simplemente, me encantó! Soy muy fan de Luis Merlo por el Internado (quiero ver otros trabajos suyos) y ya estoy en espera de más proyectos.

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