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martes, 30 de agosto de 2011

Puro Woody Allen en el Jovellanos

María Barranco y Luis Merlo llenaron de risas y aplausos un teatro hasta la bandera con 'Tócala otra vez, Sam', que hoy vuelve a subirse a las tablas en doble sesión

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Todavía estaba Woody Allen en los albores de su fulgurante carrera profesional cuando escribió para el teatro 'Tócala otra vez, Sam' (1969). El éxito aguardaba a la vuelta de la esquina y hay quien sospecha que inicialmente no fue una cinta cinematográfica debido a que los productores aún no otorgaban suficiente crédito al inmenso talento del genio de Brooklyn, que ya había firmado 'Coge el dinero y corre'. Fuera como fuese, al cabo terminaría también llevándose a la pantalla grande, dirigida por Herbert Ross, con el título de 'Sueños de un seductor'. Y lo cierto es que los espectadores que ayer llenaron hasta la bandera el Teatro Jovellanos y disfrutaron de la comedia teatral pudieron encontrar evidentes similitudes entre una y otra. Woody nunca deja de ser Woody.
Hay una frase que se le atribuye, en la que evoca su época escolar en Brooklyn, que sin duda podría ser la mejor síntesis de la obra: «Yo no quería ser Bogart, tampoco quería ser John Wayne. Yo sólo quería ser el capullo de la clase, ese chico con gafas que nunca consigue a la chica, pero que es divertido y cae bien a todo el mundo».
'Tócala otra vez, Sam' es una catarsis de esos recuerdos, con un soberano Luis Merlo en el papel de Alan Félix, transparente alter ego de Woody Allen, y la chica (María Barranco, igual de convincente) yéndosele entre los dedos. Todo se andará, a medida que progresa la función. Y en el frontispicio de los sueños, Humphrey Bogart (Javier Martín), la medida del ídolo hiperbólico, favoreciendo diálogos oníricos de aquellos que no se sabe si provocan más carcajadas o incondicional admiración. Ficción y realidad, risas e inteligencia creativa desbordante, amor, desamor y lúcidas paradojas.
La suave mano de la directora Tamzin Townsend se dejó sentir en los papeles de los personajes, construidos desde adentro y asumiendo el riesgo fronterizo de la parodia, soberbios.
La escenografía de Ricardo Sánchez -interiores y exteriores en el MOMA de Nueva York o y en Central Park- contribuyó con candoroso encanto funcional a otorgar el protagonismo a los actores.
Una delicia, colmada de risas, filosofía de la vida cotidiana, momentos brillantes, patetismo y ternura. Aplaudidísima ayer y previsiblemente hoy, que vuelve a subir a las tablas del Jovellanos, en doble sesión, a las 20 y a las 22.30 horas.

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