Los actores van a por la tercera temporada de 'El crédito', la exitosa obra de Jordi Galcerán, en el Teatro Maravillas
Luis Merlo (Madrid, 1966) habla con voz
nasal y pasión indisimulada. Le late a lo loco el árbol genealógico, se
ríe a carcajada limpia. Tiene ese temperamento intenso del teatro viejo y
los tiempos nuevos.
Ya no es Mauri -Aquí no hay quien viva- y no quiere serlo. Ahora disfruta como un crío con Carlos Hipólito (Madrid, 1956), su compañero de escena de El crédito
por tercera temporada. Tres veces fraternidad deliciosa. Se miran y se
descojonan. Pero en la obra sus relaciones de fuerza son bien distintas:
Merlo es un mindundi, un bohemio descarado que acude al banco a
pedirle un crédito a Hipólito, sobrio director de la sucursal. Éste,
con la respetabilidad que concede la corbata y el discurso recto, lo
manda al carajo. Y el primero no se achanta. «O me presta usted los 3.000 euros o me acuesto con su mujer». Después se sucede el enredo capitaneado por Jordi Galcerán, que hace ya le encontró el punto G al público con obras como El método Grönholm (2003) o Burundanga
(2011). Entre bastidores, Luis se declara, meloso: «Afortunadamente, en
el banco del afecto de Carlos tengo saldo ilimitado». Ahora, en el
tercer asalto, ambos disfrutan más de su interacción con el otro «porque
la obra está testada. Ya sabemos que al público le gusta. Entonces
empezamos a disfrutar, encontramos un gesto nuevo, otro punto de
vista... guiños entre nosotros, siempre respetando el texto».
Hipólito y Merlo llevan las tablas incrustadas en alguna
capa de la piel. Y lamentan que este arte haya dejado tantas cosas en el
camino. «Los grandes maestros del teatro, triste pero inevitablemente,
se han ido. La cultura es tradición y transmisión y, al haber perdido a gente tan sabia, este trabajo se ha debilitado»,
sostiene Merlo. «Pero hay algo más que he vivido desde pequeño. Hoy día
tenemos conquistadas unas libertades que antes existían sólo en el
mundo del teatro o de la cultura. La libertad sexual, por ejemplo. El
ser homosexual, el no haber pasado por la vicaría, el ser madre
soltera... El artista tenía una visión del mundo propia de una profesión
liberal y muy ajena a la España en la que yo me crié », evoca.
«Yo he visto a mi madre cargando con el niño de una actriz
soltera que tenía que salir a escena. Y todos cuidando al bebé». «Es
cierto», replica Hipólito, «ahora hay desconexión entre profesionales.
Tengo esa nostalgia, ese recuerdo romántico de que éramos una familia».
Los actores tratan de no perderse en ese orgasmo que es el
aplauso y acuden a miradas exigentes. «Mi público más severo es mi
mujer», guiña Carlos. «Ella me da la medida de las cosas». «En mi caso,
mi hermano», explica Luis. Se refiere a Pedro Larrañaga, el productor de
El crédito. «Él no es incisivo, pero sé con sólo mirarle si lo que
estoy haciendo le interesa o no. Es necesaria en la vida la gente que no
sea capaz de mentirte, porque queremos oír lo que queremos oír y eso
nos condena a no crecer».
Hipólito y Merlo no creen que «todos los espectáculos deban ser digeribles por todo el mundo». «Tiene que haber un tipo de teatro más elevado intelectualmente.
Alguien lo puede tachar de elitista, pero por esa regla de tres sólo
leeríamos novelas policíacas. Desaparecería el ensayo», razona Carlos.
«Hemos caído en la cultura del ¡qué divertido! Pero, ¿es que
pensar no es divertido, sorprenderte, ir más lejos...?», repone Luis.
«Hay diversión sin risa. Lo he escuchado mucho, sobre todo en la gente
mayor: 'Qué bien me lo he pasao. Lo que he llorao'». Carlos pone voz de anciana efusiva. Luis se troncha.
Apoyan las iniciativas populares de la industria -como el
Teatro del Barrio- pero, ojo, «me apena que las obras de garaje, en las
que la entrada es un trozo de papel de estraza, no se hagan porque se
han elegido como forma nueva de comunicar. Se hacen por supervivencia,
porque los de arriba obligan a que sea eso o nada», critica Merlo.
El artista es también animal político: ya salió a la calle en su día a patalear contra la guerra de Irak y no se hace el tiquismiquis para volver a meterse en el barro hasta las rodillas. «Hay tantas guerras librándose en el mundo por un trozo de tierra... Mira el conflicto palestino. Lo de honrar la bandera. Joder, la bandera es un trozo de tela lleno de sangre.
Yo me manifestaría todos los días porque hayamos perdido el derecho a
la vida digna». Hipólito se une. «Hay que manifestarse contra el Partido
Popular», invita, sonriendo. «Se creen que dimitir es un nombre ruso».
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