- A partir del 12 de agosto en el Teatro Maravillas (Madrid)
El puro teatro puede consistir en una sencilla conversación. Es lo que más o menos viene a ser El crédito,de Jordi Galceran
(Barcelona, 1964). También una buena amenaza que introduzca su dosis de
intriga: o me presta usted 3.000 euros o me acuesto con esa señora de
la foto, que seguramente es su mujer… Si a eso se le añaden dos actores
como Carlos Hipólito (Madrid, 1956) y Luis Merlo
(Madrid, 1966), la sencilla pero más que adecuada mesa con dos sillas
que les coloca como escenografía el director de la función Gerardo Vera y
una trama que desde el principio mete en harina al espectador el
resultado son tres temporadas de éxito en Madrid y por casi toda España,
sin visos de echar abajo el telón.
Y es que El crédito resplandece en el madrileño Teatro Maravillas
como la obra que ha conectado con un incierto estado de ánimo
colectivo. Se revela en sus mazazos, en sus golpes de humor, como un
texto que ha contagiado los efectos devastadores y desesperados de la
crisis y conjugado sabiamente sus catarsis para reírse de ellas.
“Supongo que respiras un momento y te lanzas a atraparlo. Todos
recordamos cuando hace pocos años la gente necesitaba el dinero que
retenían los bancos y no se decidían a soltar, ¿no? De ahí nace cierto
ambiente humano como el de este hombre que necesita un crédito y no se
lo dan”, afirma el autor.
Galceran ha conseguido plasmarlo a través de dos personajes tan
reconocibles como el movedizo suelo que últimamente pisamos. De un lado,
en corbata, con su lenguaje de tecnicismos bien alambicados que
amablemente invitan a salir por la puerta, está Hipólito, director de la
sucursal. Un educado y correcto vendedor de humo, padre de familia tipo
que viste camisa bordada con iniciales, corbata apañada en rebajas y
chaqueta colgada en el perchero, sin una arruga por fuera, pero llena de
requiebros por dentro. Del otro, Merlo, un bala perdida desaliñado, sin
avales, oficio ni beneficio. Con aires de kamikaze, maneras bohemias y
cuajo para pedir lo que le plazca, incluyendo amenazas, sin nada que
perder.
¿Quién no ha acudido a la sucursal de un banco a pedir un crédito y
se lo han negado? “Me extrañó tanto que no me lo dieran en tiempos, como
que sí lo hicieran cuando ya empezaba a ser famoso por aparecer en la
serie Aquí no hay quien viva”,
comenta Merlo. “Alguna vez ha pasado. No me quedó más remedio que ir a
la sucursal de enfrente. Lo que sí recuerdo es aquella actitud de
atenderte sin escuchar, de muy mal rollo”, comenta Hipólito.
Quizás ya entonces, este radiólogo de la vida fijase en su mente
maneras para un futuro personaje como el actual. Hipólito es un maestro
de los que no se dan importancia. Pero funciona como un inconsciente
efecto imán para actores como Merlo y tantos otros que suspiran por
compartir títulos con él: “No hay nadie que hable por teléfono en escena
de la forma que lo hace este señor”, asegura su compañero.
Cierto, porque hay momentos en que el médium Hipólito lleva dentro de
sí, a través del móvil, a otros personajes fantasmas creados por
Galceran que adquieren plena transparencia en las reacciones de su voz y
los gestos de la cara: su mujer, su hijo, a través de otras dimensiones
secretas de la palabra, su cuñado… “Posee la cualidad de la difícil
facilidad, que decía mi abuelo”. Lo comenta Merlo, actor de estirpe,
nieto de Ismael Merlo, hijo de Carlos Larrañaga y María Luisa Merlo… el
niño ya crecido que celebró la primera comunión en el escenario del
Bellas Artes y fue dotado de toda una proverbial potencia genética para
el oficio.
Un actor que sabe reconocer la sólida carpintería de un texto como el
de Galceran, autor de ojo clínico y buenas dotes para el éxito como ya
ha demostrado en Burundanga o El método Grönholm.
“La clave es hallar una anécdota que te permita llegar de algo pequeño a
los grandes temas. En medio no puedes dejar de hablar de lo que te
rodea, es inevitable”, apunta el dramaturgo.
Devoto tanto de Mamet como de Arthur Miller, heredero de Buero
Vallejo o afín a Alonso de Santos, el teatro de Galceran posee un
compromiso de filtro con el público que le hace nadar entre la sonrisa
amarga y la introspección piadosa hacia cada personaje. Sus criaturas
nos hacen reconocernos en el espejo con parecida intensidad a las
sensaciones experimentadas en Glengarry Glen Ross, Muerte de un viajante, La taberna fantástica, de Alfonso Sastre, o Bajarse al moro. “Trato de desnudarlos de parafernalia y convertirlos en animales sin rumbo fijo”, afirma Galceran.
Pero los resultados se revelarían inocuos si no contara con el oficio
de superdotados como Hipólito y Merlo. “La función es mucho mejor
ahora. En los ensayos sembramos un buen colchón sobre el que ahora
saltamos mucho más alto”, comenta el primero. Como el de boca en boca
sigue funcionando, la reacción del público resulta curiosa: “A veces se
ríen antes de tiempo, pero lo que siempre se impone son los efectos del
texto. Galceran es un mago, tiene la habilidad de fijarse en situaciones
cotidianas, más bien tensas y dramáticas, para convertirlas en pura
comedia”.
O para tomar el alterado pulso de los contextos. La crisis que
afectaba a todo dios con el grifo cerrado a cal y canto de los bancos,
la angustia de una encarnizada selección de personal, la muerte,
defunción y barrena de una banda como ETA… Todo al servicio de ese pacto
en grupo que supone el teatro: “Contar un cuento a unos adultos que
vienen a creérselo”, define Luis Merlo.
Si existe un actor fetiche para un autor y viceversa, es el caso de
Carlos Hipólito en combinación con Jordi Galceran. Llevan tres obras en
común. Dos de ellas han resultado plenos éxitos que rozan las 1.000
funciones, como fue el caso de la comedia coral descarnada El método Grönholm y ahora este certero vodevil que es El crédito.
Su química comenzó antes, con Dakota, una obra que pasó más
desapercibida. Por separado también han dado en el clavo. Hipólito
participó en otro hito teatral que entusiasmó a la crítica y el público:
Arte, de Yasmina Reza, bajo la dirección de José María Flotats, presente también en escena junto con otro maestro: José María Pou.
Galceran prosigue su camino también de récord con Burundanga, una comedia inspirada en algo tan poco habitual en el enredo escénico como el terrorismo.
A autor e intérprete les une además una especial sensibilidad de
olfato por el fenómeno de taquilla que seguirá: “Quiero escribir un
musical para Hipólito; ahora resulta que también canta de lujo”, comenta
Galceran. El título y la trama todavía se guardan en secreto, aunque
seguramente se volverán escuchar de ambos los sones del éxito.
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