El dramaturgo Jordi Galcerán (Barcelona, 1964) es el mago de la escena española actual. Parece
tener una varita mágica que convierte en éxito asegurado todas sus
comedias. Títulos como «El método Grönholm», «Cancún», «Fuga» o
«Burundanga» –ahora también en cartel en el madrileño Teatro Lara–
obtuvieron una calurosa acogida. Su última pieza, «El crédito», no solo
ha seguido el mismo camino, sino que lo ha incrementado. Tras estrenarse
en 2013 en el Teatro Arriaga de Bilbao, llegó al Teatro Maravillas de
Madrid. Y llegó para quedarse. Hoy comienza su tercera temporada, con la
previsión de que permanecerá en cartel hasta marzo del próximo año. Sin
duda, en el éxito del montaje se ha unido al texto de Galcerán, la
espléndida dirección de Gerardo Vera –exdirector del Centro Dramático
Nacional y Premio Nacional de Teatro en 1988–, y la interpretación, en
verdadero estado de gracia, de dos actores, Carlos Hipólito y Luis
Merlo, tan respetados por la crítica como queridos por el público. Algo
que es recíproco, pues apunta Luis Merlo: «Creo que el espectador de
teatro es digno de admiración, y más en estos tiempos económicamente
difíciles, y donde existen tantos reclamos de ocio. Tiene que sacar una
entrada, quedar con los amigos, desplazarse...».
Insólito órdago
«Nosotros, y pienso que todos los actores de teatro
–prosigue– hemos depositado un gran cariño y respeto en el público, que,
afortunadamente, nos lo ha devuelto con creces». Y añade Carlos Hipólito: «Hay
que darlo todo en el escenario. Con esta obra, aunque llevemos tantas
representaciones, cada día es como si fuera la primera».
La obra comienza con una situación muy habitual: un día, Antonio –al que da vida Luis Merlo– va a una sucursal bancaria a pedir un crédito.
Pide una cantidad modesta, pero de vital y urgente importancia para él.
Sin embargo, pese a todos sus esfuerzos por conseguir su propósito, el
director de la sucursal –Carlos Hipólito– no atiende a razones y se lo
niega. Antonio no cuenta con avales, Sólo ofrece como garantía su
palabra de honor. Pero esa garantía, le dirá el director, no vale porque
no puede contabilizarse en euros. A partir de ese momento, lo más
probable es que el común de los mortales habría aceptado la negativa.
Con tristeza, pero resignado. Antonio, sin embargo, no hace eso ni
abandona el Banco. Muy al contrario, le lanza al director un insólito
órdago que desencaderá un combate verbal que provoca la continúa
carcajada en el patio de butacas.
Para Carlos Hipólito, quien ya trabajo en «El método Grönholh», el secreto está en el texto del autor catalán: «Es un texto brillante, muy divertido.
Galcerán parte de situaciones cotidianas, que todos hemos podido vivir,
y les va dando vueltas de tuerca para verlas a través del prisma de un
humor inteligente. El derrotero que aquí toma la trama es excepcional,
pero está dentro de lo verosímil. Sus obras están construidas como
mecanismos de relojería, mete el gag en el momento preciso, y el
conflicto nunca se estanca, va introduciendo sorpresas continuamente».
Por su parte, Luis Merlo, que confiesa que descubrió a Garcelán como espectador de «Palabras encadenas» y
quedó fascinado, señala: «Garcelán no solo consigue una impecable
carpintería teatral, sino que aquí estamos como en la vida, donde una
situación puede cambiar de un momento a otro. Por ejemplo, estamos en
una cena, con muchas risas, y de pronto alguien pronuncia una frase poco
afortunada y, entonces, no es que pase un ángel, como suele decirse,
sino que la cena se hiela. Y, luego, quizás puede recomponerse. Mi
personaje va a la sucursal con un objetivo muy claro, pero en el camino
se va metiendo emocionalmente en el problema del otro, y descubre sus
grietas, que no lo tiene todo ni mucho menos controlado».
Personajes contradictorios
Precisamente, en cómo ha concebido el autor a los
personajes cifran los dos actores uno de los mayores atractivos de «El
crédito»: «Son personajes –subraya Carlos Hipólito– muy cercanos, muy humanos,
no son de una pieza. Incluso el mío que mira desde su atalaya –es un
tipo que no tiene nada que ver conmigo, pero me divierte mucho
interpretarlo– es, en el fondo, un pobre hombre». Y Luis Merlo indica:
«Con mi personaje tenía la opción de ser solo un estratega o entrar en
el juego, y elegí esta última. Se cree todas las mentiras que se ha
contado y depende mucho de las reacciones que suscita en el otro».
Hipólito y Merlo coinciden en destacar que uno y otro «están llenos de
contracciones, como todos nosotros, y el público puede empatizar
fácilmente con ellos».
Esta pieza de Galcerán demuestra que la risa sí tiene crédito,
y mucho. Aunque, a veces, es una risa peculiar. «Una de las cosas que
más me gusta como lector o espectador es esa sensación de pequeña
culpabilidad después de haberme reído. ¿Por qué me río si lo que estoy
viendo es tremendo? Creo que Galcerán saca mucho partido a este juego, y
nos hace entrar y salir de la risa». Y, también, la obra no deja de
llevarnos a reflexionar sobre cuestiones, como la que recalca Carlos
Hipólito: «Hoy se ha perdido el valor de dar la palabra, lo que revela
lamentablemente que importan más los números que las personas, sobre
todo en determinados ámbitos. Yo mismo pasé por varias entidades
bancarias, y me quedé en la que me trataban con más consideración como
ser humano».
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