Ha sido Calígula, Sigmund Freud o Don Juan Tenorio
sobre las tablas, que pisó por primera vez siendo poco más que un
veinteañero y que ha visitado desde entonces con empeño. Estos días
triunfa en Madrid con 'El crédito', de Jordi Galcerán,
en la que encarna a un hombre que se ve en el brete de pedir una
hipoteca. “Es alguien que sigue creyendo que la palabra dada tiene el
mismo valor que un papel firmado. Pobre”. En la obra sólo hay dos
hombres en escena, “el banquero y yo, y, sin embargo, son las mujeres
las protagonistas en off de la función, porque todo lo que hacen esos
personajes está influido por su relación con ellas. Bueno, como casi
todo en la vida”, dice divertido.
“Lo cierto es que hay cosas que
les envidio”, apunta. “Maduran antes que nosotros, en general. No sé si
es genético, si se relaciona con su capacidad para crear vida o con ese
arrinconamiento al que se han visto sometidas durante siglos, pero
espabilan mucho antes. No sirve de mucho, porque con más aptitudes, más
dedicación y constancia en muchos casos, siguen teniendo que demostrar
el doble que los hombres para llegar al mismo sitio”
Considera un
privilegio el haber crecido en una familia de artistas “donde las
costumbres no eran las de otras de la época. Se vivía la igualdad de la
manera más natural. Es decir, las mujeres en el mundo del teatro, del
cine, son tan importantes o más que los hombres, y en mi familia han
traído muchas veces el pan a la mesa y a nadie le dio por rasgarse las
vestiduras”.
Confiesa que ha tenido la fortuna de comunicarse con
su entorno femenino con gran fluidez y admiración. “Me han rodeado
mujeres que son como para tomar nota y seguir el ejemplo. Por ejemplo,
mi hermana Amparo. Es increíble lo comprensiva y lo protectora que puede
ser y lo luchadora por lo que persigue. Pero a la mujer ambiciosa se la
mira mal y, en cambio, el ambicioso es admirable. Ya está bien de tanto
cliché. Ese es el tipo de mujer que me gusta. La que pelea por su lugar
en el mundo sin perder un ápice de empatía, ni dejar de ser buena
gente”.
Es en este terreno en el que marca algunas diferencias
entre unos y otras. “En lo de la empatía, los hombres andamos mucho más
cojos. En espontaneidad, también. Y en la vida, somos peores actores. No
hay más que ver a los políticos. Las mujeres de la política interpretan
mejor, aunque no se puede decir que a ninguna le vayan a dar un Oscar.
Igual es que ellos están peor dirigidos”, bromea.
También señala
las diferencias a la hora de enamorarse. “Para una mujer, el físico
suele estar en tercer o cuarto plano. Los hombres lo solemos colocar en
primer lugar. Es importante para muchos que la mujer sea hermosa; sobre
todo para los inseguros, porque a veces aún se la muestra socialmente
como una especie de trofeo. La mujer valora otras cualidades, como la
inteligencia o el humor. Yo creo que la seducción tiene caminos cortos y
largos, y yo, con los años, creo en el recorrido largo. Los físicos se
acaban, hay que enamorarse de otras cosas”.
A su juicio, ambos
géneros son más parecidos en los defectos que en las virtudes. “Detesto
la falta de sinceridad. Los hombres van arrasando; los hay que tienen la
poca vergüenza de decir que ‘lo que no les dan en casa se lo buscan
fuera’, lo que es un síntoma de inmadurez total. Las mujeres usan lo de
ponerles un poco nerviosos para que les hagan caso. Pullas, medias
palabras, reproches velados”.
Él aboga por hablar con claridad.
“Los subterfugios y los protocolos son parches que acaban dinamitando la
relación más sólida. El gran problema entre hombres y mujeres es que no
hablan a calzón quitao”.
Sobre el arquetipo del Tenorio, que
tantas veces ha representado en los escenarios, tiene una visión clara.
“Siempre habrá Tenorios, pobrecitos. Pero todo Tenorio es un mentiroso.
La seducción es el arte de la mentira. Muestras lo que crees atractivo y
escondes lo que no te lo parece. Es muy diferente del afán y el deseo
de conocer a alguien que te ha interesado. Cuando eso se produce, el
artificio sobra”.
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